Básicamente, recogiendo de forma adecuada la
radiación solar, podemos obtener calor
y electricidad.
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El calor se logra mediante los captadores o colectores térmicos, y
la electricidad, a través de los llamados módulos fotovoltaicos. Ambos procesos nada tienen que ver
entre sí, ni en cuanto a su tecnología ni en su aplicación.
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Hablemos primero de los sistemas de aprovechamiento
térmico. El calor recogido en los captadores puede destinarse a satisfacer
numerosas necesidades. Por ejemplo, se puede obtener agua caliente para
consumo doméstico o industrial, o bien para dar calefacción a nuestros
hogares, hoteles, colegios, fábricas, etc. Incluso podemos climatizar las
piscinas y permitir el baño durante gran parte del año.
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También, y aunque pueda parecer extraño, otra de las
más prometedoras aplicaciones del calor solar es la refrigeración durante las
épocas cálidas, precisamente cuando más soleamiento hay. En efecto, para obtener
frío hace falta disponer de una «fuente cálida», la cual puede perfectamente
tener su origen en unos captadores solares instalados en el tejado o azotea.
En los países árabes ya funcionan a pleno rendimiento muchos acondicionadores
de aire que utilizan eficazmente la energía solar.
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Las aplicaciones agrícolas son muy amplias.
Con invernaderos solares pueden obtenerse mayores y más tempranas cosechas;
los secaderos agrícolas consumen mucha menos energía si se combinan con un
sistema solar, y, por citar otro ejemplo, pueden funcionar plantas de
purificación o desalinización de aguas sin consumir ningún tipo de
combustible.
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Las «células solares» fotovoltaicas, dispuestas en
paneles solares, ya producían electricidad en los primeros satélites
espaciales. Actualmente se perfilan como la solución definitiva al problema
de la electrificación rural, con clara ventaja sobre otras alternativas,
pues, al carecer los paneles de partes móviles, resultan totalmente
inalterables al paso del tiempo, no contaminan ni producen ningún ruido en
absoluto, no consumen combustible y no necesitan mantenimiento. Además, y
aunque con menos rendimiento, funcionan también en días nublados, puesto que
captan la luz que se filtra a través de las nubes.
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La electricidad que así se obtiene puede usarse de
manera directa (por ejemplo para sacar agua de un pozo o para regar, mediante
un motor eléctrico), o bien ser almacenada en acumuladores para usarse en las
horas nocturnas. La electricidad fotovoltaica generada también se puede
inyectar en la red general, obteniendo una buena rentabilidad económica, ya
que cada vez más países priman tanto a los pequeños como a los grandes
productores de electricidad fotovoltaica, dado el beneficio que aporta para
el medio ambiente.
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Si se consigue que el precio de los módulos solares
siga disminuyendo, potenciándose su fabricación a gran escala, es muy
probable que, para la tercera década del siglo, una buena parte de la
electricidad consumida en los países ricos en sol tenga su origen en la
conversión fotovoltaica.
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La energía solar puede ser perfectamente
complementada con otras energías convencionales, para evitar la necesidad de
grandes y costosos sistemas de acumulación. Así, un edificio bien aislado puede disponer de agua
caliente y calefacción solares, con el apoyo de un sistema convencional a gas
o eléctrico que únicamente funcionaría en los periodos sin sol. El coste de
la energía convencional sería sólo una fracción del que alcanzaría sin la
existencia de la instalación solar.
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